martes, 15 de abril de 2008

"Un adulterio casi decente"… ¿Un teatro casi decente?


No, que no. Que yo no soy de esos, a mí no me gustan esas cosas. ¿Cómo voy a andar yo regocijándome en mi ego? ¡Por favor! No seré yo el que me retuerza de gustillo ahora al ver que finalmente mis sospechas se hicieron hechos. No seré yo el que les pase por la cara, aquello del “se lo dije”… aunque… ¡Se lo dije! ¡Ay! Mira que les advertí y no, ustedes nada. Es que era de cajón oiga, estaba cantado. Si es que son más inocentes ¡Ay! Miren que les advertí y ustedes como si nada: que no, que no ¿Cómo va a ser eso? Si es que al final siempre pasa lo que pasa. Que nos quieren tomar por nuevos o ¿estará mejor dicho que nos quieren tomar por viejos? Y esto no es nada nuevo. Lo que vimos ese fin de semana pasado en el teatro, ese acto de divismo, es tan antiguo como este arte en el que nos movemos. Es todo un clásico. Que aquí venía una de las actrices españolas, más distinguidas y con más profesión a sus espaldas era algo mucho más que cierto. Pero oye, que después el resto (actores, escenografía, texto…) sea, desde la propia producción, un nada, es que manda… (Sigan la rima ustedes que yo no me atrevo). Lo mejor era cómo nos presentaban la obra, que solo les faltó el megáfono, irse de barrio en barrio y traerse un pregonero y que éste en su sacrificado y poco reconocido talento entonara a voz en grito anunciando con solero que: Ahora les informo que viene a este teatro la insigne y mucho más que grandísima actriz María Luisa Merlo. Maria Luisa Merlo viene a representarnos una obra (de esas de reírse) hecha para ella, María Luisa Merlo. María Luisa Merlo viene. Viene María Luisa Merlo… también se informa que habrá otro actor en escena. (Pudiera rematar nuestro pintoresco artista, que ese actor era muy amigo de la Luisa, pero no le haremos tal faena que ya tiene ganado el pan y nosotros debemos dejarle que siga trabajando)
Así que eso es lo que nos encontramos y yo lo dije, y lo dijimos muchos, Y estuvimos en lo cierto.
La obra que nos presentaba “Maria Luisa Merlo” se trataba de “Un adulterio casi decente” una obra de Bernard Slade adaptada y dirigida por Jaime Azpilicueta. Era esta claramente una comedia que quería ser un drama y habrá de decir que si como comedia era demasiado simple (alguno dirá amable) para ser un drama la faltaba fuego.
La idea de empezar la obra cantando María Luisa Merlo no se qué canción (como suelo eliminar de mi mente los momentos traumáticos de mi vida pues no recuerdo qué cantaba) fue tan desacertada que a aquellos que fuimos a la sala queriendo no ser intransigentes tuvimos que hacer un esfuerzo enorme para contenernos. La obra transcurría en un espacio único, la habitación de un hotel donde se reunían secretamente dos amantes cada año. Era aquel un “decorado” que daba repelús con sólo verlo. ¿Pero es que no hemos aprendido nada de diseño de escenografía o sobre la evocación? ¿No nos ha enseñado la experiencia explorada tras Peter Brook? ¿Es que no hemos aprendido que el teatro es un arte semiótico y no mimético? Que alguien se lo diga a los de Txalo producciones que por poco se traen al teatro el hotel entero pieza a pieza con vigas, bloque y obrero canturrón con proclamas a las rubias incorporado y encima todo hecho tan cutremente que sus paredes contrachapadas se movían al simple toque con un dedo. Nada allí ayudaba y tanto era el desastre que entre escena y escena tenían que tirar de asistenta para que alguien les arreglara el entuerto y así hacer como que pasaba el tiempo. Las intervenciones en oscuro de esta figura con su posterior situación temporal directa al público resultaba más que desconcertante y poco fresco. Con el empeño realista, no nos dejaban nada a nosotros, nos privaron de uno de los principios por los que disfrutamos el teatro (el que está bien hecho): cuando los objetos no se muestran tenemos que soñar, emplear nuestra imaginación, para poder verlos. Aquí todo lo enseñaban y pa´lante que perdemos tiempo. Además poco se preocuparon por si había una estética o una ambientación, a ellos no les hacía falta. Nada de complicarse con cosas secundarias. ¿El vestuario? más de lo mismo, ¿la utilería? a juego, ¿la luz? con una vale, algún matiz y ya está bueno. ¿Qué hacemos para la música? pues nada de innovaciones ni rollos de esos, les ponemos una canción propia de cada año y va que chuta. Menuda hilada de desatinos. es que no había por donde coger aquello. Perdonen ustedes que me pronuncie tan agresivamente pero es que los montajes simplones me ponen un pelín de los nervios. Ay, si es que se los dije.
De entre toda esta cosa sólo se salvó el trabajo de los que se subieron a la escena (y dijeron más de 10 palabras). Tanto Pedro Civera como Maria Luida Merlo fueron convincentes y ligeros aunque tenían un toque de antigua tradición que incomodaba. Supieron ser cómicos y a la vez hilar con el drama y no ser ñoños. Pero es que pese a todo, ni aquí si quiera puedo darles mi sobresaliente. Una obra echa para que dos actores se muestren, convertir al actor (no su trabajo interpretativo) en el centro sobre el que gira la pieza y que todo esté orientado para que se exhiba una primera figura es algo caduco, aburrido y muy, muy viejo. ¿Qué tipo de broma fue esa de meter a dos actrices para que dijeran dos líneas de texto, además en unas intervenciones injustificadas, fuera de lugar y en lo interpretativo con poco acierto? Fue bochornoso en serio. Absoluto el desacierto de Azpilicueta quien parece, por ir concluyendo, que montó esta pieza con la mano en el bolsillo y no en el corazón.
Con todo, el teatro estuvo casi lleno y a los allí llegados (por cierto, pocos habituales) pareció gustarles y se rieron y se enternecieron. Pero para los que pensamos que el teatro es algo más allá de unas palabras dichas, vimos en esta obra una de esas ocasiones en las que este arte se prostituye de comercio para convertirse en otra cosa, defectuosa, algo que casi es teatro pero que no lo es entero; un teatro casi decente podríamos decirle; un teatro añejo.

Pd: Se lo dije.

Imanol Suárez

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