martes, 15 de abril de 2008

"Gatas" de Concha Busto: ¡Miau!

A ver como era esto. Es que hace algo más de un mes que no me pongo (a escribir críticas no sean mal pensados) y ya no me acuerdo. Esto de la crítica teatral es como un deporte de alto rendimiento: el exceso puede causarte cansancio y al poco que lo abandones te pasa factura. Por eso estoy aquí ahora mareando la perdiz y perdiendo el tiempo en vez de ponerme de una vez a hablar de lo que tengo que hablar, de uno de los acontecimientos de año, de algo tan importante como que Concha Busto nos haya estrenado aquí un… Cocha Busto (encima me repito). Y es que estrenar aquí tiene su aquello vamos a hablar claro. Cuenta y mucho, y eso no lo vamos a negar, el que por estas tierras (ya me voy soltando) la queramos con locura por la cantidad de momentos buenos que nos han hecho pasar sus producciones en las últimas épocas (quién puede olvidar su “Cyrano de Bergerac” dirigido por John Strasberg con el magnifico José Pedro Carrión a la cabeza o su más recientemente llegado “Sueño de una noche de verano”, espectáculo el cual por cierto no hemos “podío” comentar pero que nos trasportó enérgicamente a un mediterráneo “imaginao, lleno de grasia, saleo” y humor ¡Ea! ¡Amo allá! ¡Amo! ¡Amo! ¡Amo allá!……. demonio que no arranco…. ya… ¿por dónde iba? Ah sí (ustedes perdonen resaca post-navideña, es lo que tiene) bueno a lo que decía. Que estrenar aquí tiene su aquello. Cierto que es un lujo convertirnos en sede de estrenos nacionales tan importantes y se agradece pero, y no me resisto a comentarlo, siempre le queda a uno el regusto amargo de pensar que estrenan aquí (como en provincias decían antaño) por si acaso les falla algo y si falla que así no se enteren en la metrópoli del tropiezo. Y ésto, que en ocasiones ha pasado, convierte el estreno en preestreno y desluce el orgullo de ser los primeros y nos recuerda que somos islas, que aquí hay menos bombo teatral y que estamos más lejos… Por suerte, en este caso, “Gatas” no fue eso. “Gatas” fue un magistral despliegue de belleza escénica, de poesía y de talento.
Si bien, miren lo que son las cosas, en esta ocasión para sentirnos marginales no hizo falta que el espectáculo estrenado fuera un esperpento, que ya está Transmediterránea para recordarnos lo de la insularidad y todas esas tonterías. Que en pleno año 2008 tengamos que seguir suspendiendo funciones porque nos dejan sin medios de trasporte es para clamar al cielo. O ¡qué coño! para clamar en el despacho de Paulino Rivero a ver si se mueve y hace algo que ésto está apuntado en la agenda desde la transición. Si es que no se puede deslucir de esta manera algo que nos ha costado tanto esfuerzo. Porque luego pasa lo que pasa. Funciones en horas intempestivas, patios de butacas medio vacíos, despistes, enfados; cambios de última hora… tanta incomodidad que entre este humo se disipa el placer de ir a disfrutar de una buena noche de teatro.
Pero bueno todo ésto, de la escena es ajeno y allí se plantaron seis mujeres y con todo su arte de toda aquella vorágine externa nos abstrajeron y nos llevaron a su órbita recorriendo en el viaje un siglo entero, costándonos a todos algunas lágrimas, algo de impotencia y mucho sufrimiento. Las gatas unidas, singulares siempre, fueron las voces de unas épocas, los signos de un género.
Con respecto a como todo ésto se puso en escena es cierto que no innovaban en nada, pero de vez en cuando viene bien un todo a vista para que en el ejercicio del teatro no nos olvidemos de su artificio y de que el teatro a fin de cuentas es precisamente eso. Así empezaba todo, ellas en su camerino preparándose para traspasar la línea entre lo intra y lo extra escénico. Así el ritual iniciaba antes de que empezara el espectáculo en sí y continuaba siempre sin intermedios integrando los cambios y su espacio en un todo rítmico. El problema como siempre, fue el abuso, la repetición permanente de un mismo juego tras 10 veces llegó a ser cansina. Aunque no me quejo (estaba bien hecho).
Observando el espacio propio de la acción no aportaba mucho. Un solo salón que como ellas no cambiaba a lo largo del tiempo no nos añade nada, se limita a estar ahí y hacer relleno. Yo es que soy un contemporáneo y el intento hiperrealista, que además se queda adrede a medio camino, me descoloca los esquemas. El problema no es el hiperrealismo; el problema es que el espacio fue éste como podía haber sido otro y no hubiese cambiado nada. Pero he de reconocer que ésto es cuestión de gustos y que a fin de cuentas tampoco es para tirarse de los pelos. En lo que sí que insisto es en rechazar la repetición sistemática del efecto cuando la escena se abría y nos dejaba ver a las actrices. Esto agradaba a la vista y sorprendía contemplar la transformación de la escena con tan solo dos elementos nuevos (puesto sin ocultar el hecho) pero hacerlo tan repetidamente cansaba por lo que se rompía el ambiente creado durante la acción. Suerte que finalmente los dos espacios se igualaban identificando la escena con lo terreno, comunicándose directamente con nosotros para hacer del teatro (como edificio) un todo en el que todos estamos en constante dialecto.
Y es que este fue uno de sus pocos peros, porque digno de reconocer es que el vestuario por sí solo valía más que toda la escenografía: Menudo trabajo el de Lala Huete y el de Pepe Uría, era como si hubiesen enfrascado cada época y la hubiesen rescatado a su antojo. La iluminación estuvo más que exacta, y el sonido perfecto, pena fue que tuvieran sólo una pista de audio (Usar un único tema para toda la piezas no es de recibo). La dirección también estuvo bastante fina, muy bueno el trabajo de Manuel González Gil quien compuso (es uno de los autores también) una pieza necesaria con una carga (de profundidad) poética en cada línea. Sólo le critico los tiempos; en ocasiones la obra se tornó lenta y repetitiva. El juego usado para pasar por encima de la dictadura franquista sin entretenerse mucho, con ellas sentándose a tomar el te hasta por 4 veces seguidas después de un comentario cara al público casi bretchtiano pudo haber sentenciado la obra.
De todos modos todo esto no se nota cuando tienes en la escena seis actrices del más alto talento y nivel. Cuando cuentas en un mismo reparto con Rosario Pardo, Sylvia Abascal, Ana Gracia, Nieve de Medina, Paloma Gómez y Paloma Montero, no tienes que preocuparte de nada más. Hacía tiempo que en el teatro Guimerá no veíamos algo tan asombroso. Todas, en su ocasión, nos deleitaron con pinceladas de brocha gorda como sólo puede hacerlo un maestro (maestra en este caso). La palabra que mejor podría definir su trabajo es: Soberbio. Defendieron el texto no ya como gatas sino como fieras, e hicieron que pese a todos los trastornos de última hora y pese a las navieras mereciera la pena una vez más ir al teatro. Porque lo que ellas lograron no puede hacerlo casi nadie. Nos devolvieron el placer de las noches de buen teatro donde al arte es tan puro como eso. Que gusto haber vuelto.


Imanol Suárez (Enero de 2008)

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