lunes, 12 de mayo de 2008

La Tortuga de Darwin; Todo es cuestión de adaptarse


Todo es cuestión de adaptarse; si no cuesta tanto. Uno se traslada a un entorno nuevo y tiene que poner un poco de su parte para amoldarse a los nuevos requisitos. Es obligatorio y aquí no puede uno ser selectivo, por aquello de que si confiamos demasiado en nuestras cualidades es posible que algún día por falta de previsión nos quedemos obsoletos y ya no estemos a tiempo de aclimatarnos, ni de desarrollar plumas, ni rabo. El caso es que vengamos del mono o de La Cabra, ya lo dijo Darwin (creo) tenemos que adaptarnos, no podemos ir de sobrados (menos aun en el mundo del teatro) por más que tengamos mucha confianza en nuestro producto. No es suficiente contar con una tortuga bípeda parlante resultado de sin igual trabajo interpretativo lleno del talento propio de un genio. NO. Tienes que ofrecer algo más; y sobre todo no puedes empezar ganándote la animadversión de algunos espectadores con determinadas acciones.
Cuando desde la producción de La tortuga de Darwin me comunicaron que (por primera vez en la historia del programa) los actores nos negaban una entrevista, casi no podía dar crédito. Vale que esas cosas pasan, pero… ¿Es que les costaba tanto? ¿Tan difícil era dedicarle unos minutos a alguien que a fin de cuentas lo que va a hacer es promocionar tu espectáculo del cual por cierto se había vendido apenas la mitad del aforo? ¿Es o no es ésto falta de adaptabilidad? Pero en fin, vamos a lo nuestro.
Esta es una obra de Juan Mayorga (Premio Nacional de teatro), con Ernesto Caballero, uno de los mejores directores de escena con los que cuenta España, al frente; contaba con el mejor equipo técnico (José luis Raymon, Ikerne Jiménez…) y con actores de renombre. Y todo hecho nada. Nada porque esta tortuga se quedó coja en su particular camino evolutivo del texto a la escena. Expliquémonos.
La obra comenzaba soberbiamente. Desde el primer momento la inconmensurable Carmen Machi nos transportó a su particular realidad. En cuanto puso el pie en escena el Guimerá quedó en silencio pendiente de su avanzar torpe y lento en la búsqueda del ocupadísimo historiador que la recibía a regañadientes. Desde ese instante su trabajo fue un despliegue de talento. Lástima que éste fuese casi el único fuerte de una obra que se tornó lenta, pesada, sin conflicto… y ésto fue, entre otras cosas, porque en lo escenográfico la verdad es que no se lucieron. La decisión de meter a todos los protagonistas en un terrario es la típica idea que está bien cuando se piensa pero que llevada a su ejecución pierde la fuerza que encerraba como concepto. Siendo original, y la verdad bastante práctica para el trabajo de los actores y el desarrollo de los acontecimientos, se veía falsa, antiestética, distorsionadora como soporte dramatúrgico. El trabajo en vestuario y atrezo fue bastante acertado, dando a cada uno lo que requería. De especial mención es lo que hicieron con Harriet (la tortuga) un ejercicio de caracterización brillante que supuso un elemento más para la composición y definición del personaje. Los del ámbito técnico también tuvieron su momento, con los dos espacios (el del historiador y el del doctor) bien elaborados, creando ambientes y yendo al compás sin imponerse.
Pero todo ésto no sirve cuando los pilares más básicos que sostienen la obra fallan. El primer gran error podría decirse que es el propio texto. Si bien cuenta con partes espectaculares de gran profundidad y carga, hay otras tantas que están de más, liando la narración. Tanta amalgama terminó por delatar un excedente de personajes que no aportaban nada como refuerzo de la trama. Ni la mujer del historiador era necesaria, ni tampoco el “doctor siniestro”. Que todos pretendían utilizar a la tortuga eso ya sabíamos; lo aportaba el historiador no era necesario rizar el rizo. Esto fraguó una pieza con transiciones insufribles donde lo único que hacía el espectador era esperar que retornara Harriet a su narración histórica.
El segundo de los grandes fallos, dicho esto con el mayor de los respetos hacia los compañeros de profesión, fue el encontrarnos en escena con unos actores (salvando a Machi) incapaces de empatizar, de transmitir, de emocionar. Definitiva y sorprendentemente ni Vicente Diez, ni Susana Hernández, ni Juan Carlos Talavera convencieron.
Carmen Machi, quien nos regaló uno de los mejores trabajos interpretativos vistos recientemente en el teatro español, fue la única que contó con el justificado beneplácito del público. Lo que esa mujer hace en esta obra pasará a los anales de la historia. Su transformación es tan absoluta que deben haberle salido escamas sobre los pelos. Inquieta y enérgica fue la mejor baza que jugó nuestro querido Ernesto Caballero en esta propuesta suya la tercera que por estos lares vemos en esta temporada.
De modo que resumiendo “La tortuga de Darwin” con permiso de Machi fue en términos generales poco agraciada; pero también fue una invitación a plantearnos dudas, un ataque serio a nuestras culpas, un repaso a nuestra historia por refrescar lo que hemos hecho.
¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? decía Cezanne hace tanto tiempo. Completando la pregunta y haciendo caso de su amo, Harriet preguntaría ¿Nos adaptamos?

Imanol Suárez; 12 de Mayo de 2008

No hay comentarios: