lunes, 21 de julio de 2008

Entrevista a Ana Zamora, la directora de la modernidad clásica:

Ana Zamora lo tiene claro: esta profesión exige mucho trabajo. Ni haber recibido el premio de la ADE a la mejor dirección novel, ni haber trabajado en el Clásico y en la Abadía, ni haber conseguido que su propia compañía, Nao d´amores, con el repertorio más complicado, haya logrado el éxito y el reconocimiento de público y crítica la han distraído de ese espíritu tenaz que la caracteriza. El trabajo es su principal obsesión. El arte que emana de esa entrega es pura poesía. Hace unas semanas presentó en la EAC “Hojas del Árbol Caídas”, un clásico (Romántico) hecho modernidad.

Imanol: Para empezar una pregunta trillada ¿Cuál es su definición de teatro?

Ana: Pues no me la habían hecho nunca (risas). Yo creo que es un error o un problema hablar de teatro en general; creo que estamos intentando meter en el mismo saco muchas artes distintas. Para mí los musicales son musicales no teatro; la zarzuela es zarzuela no teatro. ¿Qué es teatro y qué no es teatro? Yo tengo claro que para mi es un acto de comunicación y casi de comunión o eso debería ser. Yo me dedico a un arte muy directo que se construye con elementos puramente teatrales. Es la búsqueda de un código especifico de relación entre un señor que se sienta en una butaca y otro señor que habla desde la tablas de manera muy cercana. Para mi el teatro sería eso básicamente y todo lo demás empieza a ser adorno.

Imanol: ¿Podría hacer con sus propias palabras una perspectiva de su labor profesional?

Ana: A ver si me acuerdo de todo. (Risas) A nivel formativo siempre digo que llegué a la RESAD con un bagaje bastante importante. He crecido en una ciudad (Segovia) donde tuve contacto con mucha gente interesante y con un mundo didáctico que estaba muy bien. Yo llego a la RESAD con muchas ganas de hacer teatro y muchas ganas de que me enseñaran como abordar una metodología para hacer teatro. Después rápidamente entrode ayudante en el Teatro de la Abadía de la mano de José Luis Gómez y allí se amplía un poco más mi ámbito de trabajo… era un mundo muy elitista pero muy complejo y muy interesante. Digamos que es un periodo de ampliación de formación y de contacto con lo profesional. En ese momento yo acedo al mundo profesional por dos vías: por un lado por el teatro de la Abadía y por otro lado por Noviembre Compañía de Teatro. Entonces empiezo a compaginar mundo Abadía con mundo Clásico profesional. Y todo eso compaginado con una cosa que yo creo que es hacia lo que hay que tender siempre que es levantar tu propia compañía, crear tu propia estructura, que te permita contar lo que tú quieres como tú quieres. Y como eso no da de comer pues hay que buscar otra manera de que te dé de comer y el dinero que te da una cosa lo inviertes en otra. Y cuando eso ya tiene cierta estabilidad me voy a la Compañía Nacional de Teatro Clásico que es un monstruo de burocracia pero con unas posibilidades insospechadas. Digamos que tanto en la Abadía como en el clásico yo tuve posibilidad de palpar lo que es trabajar en la dirección artística de una institución que es una cosa que creo que en este país se nos ha olvidado, que los grandes directores gestores son artistas a nivel europeo. Y ahora estoy en un momento de mi vida en el que he decidido apostar absolutamente por mi compañía, por dar un paso más allá para conseguir estabilizar esta estructura de trabajo propia, y me puedo permitir dar saldos a diferentes sitios o hacer parones para seguir indagando nuevos ámbitos que es lo que estoy haciendo en Canarias ahora mismo.

Imanol: ¿Qué se necesita para hacer una buena puesta en escena?

Ana: Se necesita primero tener claro qué es lo que se quiere contar y luego buenos actores, eso es fundamental. Pero sobre todo creo que es muy importante tener claro el concepto inicial porque esa es la clave para articular el resto de elementos. No hace falta dinero, no hacen falta grandes lujos; hace falta tener algo que quieres transmitir al espectador.

Imanol: ¿Qué papel cree que debe jugar el actor en la composición de una obra?

Yo necesito siempre un actor pensante. A mi el actor que se deja conducir cual vehículo de tráfico la verdad es que no me interesa mucho. Seguramente es porque yo no soy actriz. Yo tengo muy claro hacia donde quiero ir, pero necesito que el actor ponga sus armas, su cuerpo, su ser, su voz al servicio de esa historia.

Imanol: Afortunadamente en los últimos años se ha producido una revalorización de los clásicos. En vuestra propia compañía habéis optado por este repertorio…

Ana: Yo creo que estamos poniendo nuestro granito de arena. Siempre digo que nosotros trabajamos con diferentes niveles de lectura y eso es fundamental. No podemos pensar que el espectador es tonto ni mucho menos. Hay espectadores más formados y espectadores menos formados pero todos tienen derecho a un poquito de alta cultura; y la alta cultura no es aburrida, no es dura, solamente hay que darla un poco masticada. Por eso digo que nuestros espectáculos tienen diferentes niveles de lectura. Trabajamos con un nivel simbólico bastante profundo, que el espectador formado a nivel intelectual, que conoce ese mundo iconográfico, descubre. El espectador que no lo conoce simplemente ve un espectáculo que puede entender perfectamente, que es muy visual, que entra por lo ojos y por los oídos y que le hace participar de un mundo que, si no comprende totalmente, sí recibe de manera más visceral.
Imanol: En el 2001 crea Nao d´amores ¿fue el resultado de su propia búsqueda y necesidad de definición? ¿Cuál es el origen de esta compañía?

Ana: Lo que yo pretendía cuando hice la compañía era construir una estructura de absoluta libertad para montar lo que yo quería montar en ese momento y de la manera que yo quería contarlo sin dar explicaciones ni cuentas a nadie. Básicamente esa es la historia. Yo decidí tomarme mi carrera profesional como un periodo de aprendizaje: voy investigando, voy aprendiendo y voy mostrando al público. Era ese espacio de libertad que me permitía experimentar todo mi bagaje preescolar, la metodología aprendida en la escuela y el mundo de necesidad comunicativa que yo tenía, y todo eso hecho a través de intentar articular un equipo estable.
Cartel del Cristo de los Gascones

Imanol: ¿Cuáles cree que son las claves para entender “El Cristo de los Gascones”, vuestro último trabajo, en el siglo XXI?

Ana: “El Cristo de los Gascones” es un sueño de infancia colmado. Se hizo en colaboración con la Junta de Cofradías de Segovia y con el Teatro de la Abadía. Que ¿qué tiene que ver con la gente de hoy o como lo recibe el público de hoy? Al Cristo yo le tenia mucho miedo, pero de repente te das cuenta de que hay que irse atrás y ver qué me interesa a mi de esta anécdota, qué hay detrás de la anécdota. Yo he tenido siempre la suerte de poder contar o hacer los montajes a partir de cosas que tenían mucho que ver con mi momento actual. En este caso correspondió a un momento bastante agrio… la típica etapa mala en la que se te muere mucha gente al alrededor. Esto fue un poco el punto de amarre de esa historia. No era: vamos a montar una pasión. Era: vamos a hablar de un espectáculo que habla sobre la vida y la muerte; sobre la concepción cíclica de la vida y la muerte; de la posible vida tras la muerte o de la muerte que genera nueva vida. No a nivel cristiano pero sí como reflexión con respecto a esa necesidad de creación de un mito que es Jesucristo y que se ha repetido desde el neolítico con diferentes nombres hasta hoy. Si a los neolíticos les venía bien y a los medievales también, hoy seguramente también nos haga falta seguir pensando sobre ese tema y seguir buscando consuelo de alguna manera más allá de esa figura.

Imanol: Que en el siglo XXI un “misterio religioso” haya conseguido un éxito tan asombroso debe dejar a los propios creadores desubicados.

Ana: Yo creo que tiene que ver con lo que te decía: la gente quiere ver cosas bonitas, quiere escuchar cosas bonitas, quiere escuchar textos interesantes y lo que estamos contado con “El Cristo” es absolutamente universal. La línea argumental sobre la que se sustenta toda la dramaturgia son los plantus mariae osea las lamentaciones de la Virgen al pie de la cruz; con lo cual estamos escuchando unos textos de una belleza poética maravillosa de una madre lamentándose de la muerte de un hijo y eso algo en lo que mucha gente se ve reflejada.
Momento de "Hojas del Árbol Caídas". Este espectáculo pudo verse del día 3 hasta el 6 de julio en la sede Tinerfeña de la Escuela de Actores de Canarias y los días 8 y 9 en la Sala Insular de Teatro de Las Palmas.

Imanol: Recientemente ha estrenado en Canarias una adaptación de “El Estudiante de Salamanca” de José de Espronceda, una figura sin la cual no se entendería el siglo XIX en España. Sin embargo, apenas se le conoce. ¿Por qué lo eligió y qué nos puede decir de él?

Ana: Es el gran olvidado y hay un montón en la historia de la literatura española porque, como somos tan cenutrios en este país, nos hemos ido quedando con cuatro y olvidando al resto. Espronceda era una cuenta pendiente y por eso creo que ahí sí hemos acertado. Es decir, es perfecto para un taller de investigación y de búsqueda. Es un homenaje que había que hacerle y que nos tememos que hacer también a nosotros mismos. Pero hay muchísimos: por ejemplo una figura como Larra. El romanticismo español es una maravilla.
Momeno de "Hojas del Árbol Caídas"

Imanol: Finalmente el espectáculo, resultado final del Taller de Teatro Clásico (asignatura incluida dentro del currículo de cuarto curso de los estudios superiores de arte dramático impartidos en la Escuela de actores de Canarias) recibió el título de “Hojas del Árbol Caídas”. El simple acto de cambiar el nombre es ya un indicativo de la absoluta libertad con la que se ha abordado esta puesta en escena…

Ana: Sí, yo creo que hay que ser siempre sincero con el espectador y en este caso con nosotros mismos. Nosotros no estábamos intentando montar “El Estudiante de Salamanca”; estábamos haciendo un trabajo inspirado en “El Estudiante de Salamanca”. La línea argumental nos lleva, pero en realidad lo hemos convertido en un trabajo coral y de búsqueda entorno a la figura de Espronceda y sobre todo el mundo de un autor donde vida y literatura se mezclan absolutamente. Es una búsqueda de quién es Espronceda, de quién es el estudiante y de qué tipo de arquetipo de Don Juan nos otorga el romanticismo más liberal. Estamos haciendo un trabajo a partir del romanticismo y de una dramaturgia mucho más libre. Es muy importante toda esta cosa de las ilusiones perdidas… con lo cual a mi me parece que un buen título era “Hojas del Árbol Caídas” que es el primer verso de una quintilla de “El estudiante de Salamanca”.

Imanol Suárez
Publicado en "La Opinión de Tenerife" el 19 de julio de 2008 dentro de la Revista Semanal de Ciencia y Cultura "2C" (Nº 397)